1. La siesta de los tiempos
Lo único que se escuchan son sus pisadas entre el
pasto. Es una siesta algo cálida. Quieta. Hipnótica. Camina un poco más hasta
que se para en dos patas contra un árbol. Come un par de hojas. Mueve su pesado
cuerpo unos metros en dirección al arroyo y toma un poco de agua. Sigue
caminando. Miles de años después, en ese lugar, van a poner una plaza con
estatuas de soldados. En la esquina van a vender revistas. Van a construir montañas
de cemento. Van a poner puentes sobre el arroyo. Por esos mismos caminos van a
andar otro tipo de bestias, metálicas y con ruedas en vez de patas. Se van a
ver colores que nunca se vieron por esos rincones. Se van a escuchar varios
sonidos más. Pero sus pisadas no. Se va a morir y no va a dejar descendencia. A
lo mejor alguien encuentre sus huesos y lo pongan detrás de una vitrina. Con
suerte, lo van a exhibir entero en dos patas haciendo de cuenta que come un par
de hojas, tal vez a miles de kilómetros de ahí. Pero no es consciente de eso. Y
si lo fuera, seguramente no le importaría. Se tira en el pasto. Recibe los
rayos del sol. El sol si va a permanecer. Igual que ahora. Un poco más.
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